SUITE HABANA (2003), de Fernando Pérez

Formalmente “Suite Habana” prolonga y deja a una mayor altura el ánimo de concederle mayor complejidad a la escritura fílmica de su autor. Otras veces Fernando Pérez ha confesado que es con el pensamiento visual donde más cómodo se siente. Todas sus películas, en efecto, cuentan (complicidad de Raúl Pérez Ureta por medio) con un altísimo grado de elaboración escénica: “Madagascar” era el retrato precioso (aunque amargo) de una generación que vio cómo de pronto se derrumbaban muros reales y simbólicos, y en ese giro traumático enfatizaba el trabajo con los interiores, los espacios cerrados carentes de luces en el horizonte; “La vida es silbar”, en cambio, propuso repensar aquella circunstancia y favoreció el tratamiento de las grandes zonas. “Suite Habana” intenta ahora equilibrar ambos puntos de vista, y en ese empeño utiliza por igual los encuadres de grandes dimensiones y los planos de rigurosos detalles.

Si la composición de “Madagascar” le debía a Magritte una buena parte de su referente visual, la de “Suite Habana” pregona con igual gratitud la influencia del norteamericano Edward Hooper, pintor que revolucionara el estilo realista norteamericano con sus figuraciones en torno al aislamiento humano, la soledad y la melancolía. Es sorprendente la soltura con que Fernando Pérez ha sabido estructurar el sentido de su relato, apelando a una organización narrativa que sabe aprovechar los planos neutros (aquellos donde los personajes, como en la pintura de Hooper, no están evidenciando una intención específica) para engarzarlos en un discurso de clara inspiración plástica. “Suite Habana” corría el riesgo de convertirse en una pasarela interminable de instantes con escaso peso específico y, en cambio, al final ha resultado ser una de nuestras más dramáticas representaciones en torno al rasgo efímero, y al mismo tiempo perdurable, de la existencia humana. (1)

En tal sentido, puede decirse que “Suite Habana” supo captar los progresos de la última narrativa audiovisual (ya sea en el contexto documental o fictivo). Atrás han quedado aquellos tiempos donde se pensaba en el documental como el paradigma fílmico de la “objetividad”, condenando al grueso de esos productos al campo de lo didáctico y la retórica ampulosa. Hoy sabemos que el documentalista de más valía no es ese que se apega con más énfasis al engañoso “realismo”, pues a la larga ese verismo analógico no es más que otro de los tantos artificios de representación que se ha inventado el hombre para sobrevivir. La vida, tal como nos llega a los sentidos, es una puesta en escena que nunca descubre el caos de los entretelones, y el documentalista, al igual que el grueso de los mortales, no está exento del ejercicio de su subjetivismo cuando decide encuadrar esta porción de la realidad y no la otra. Fernando Pérez deja bien claro cuál es su postura ética ante este dilema, y por allí anda su desafío más hermoso: ofrecernos el testimonio de un grupo de cubanos, pero prescindiendo de los tópicos, de esos lamentables estereotipos que nos presentan como los seres humanos más expresivos del mundo, o los más aptos para el baile y la diversión.

Por otra parte, este filme tiene una verdadera autoría coral, pues si importante ha sido el montaje de Julia Yip en la construcción de ese sentido íntimo del relato, mucho menos puede perderse de vista el imponente trabajo desplegado por Edesio Alejandro (que colabora nuevamente con Fernando Pérez) en el diseño de la banda sonora. De Edesio ya sabíamos que había aportado al cine nacional algunas de sus partituras más memorables, pero lo que ha logrado en “Suite Habana” es de una maestría sin precedentes. Más allá del comentario melódico, se las ha tenido que ver con el diseño de una segunda naturaleza sonora, donde la sinfonía de los “ruidos” reemplaza la función comunicativa de los parlamentos. En una época donde las actuales tecnologías, con su triste eficacia para multiplicar y amplificar todo tipo de discurso se han encargado de convertir a la retórica ampulosa en un castigo, es de agradecer este retorno a la sencillez comunicativa, o a lo que pudiéramos llamar también, la contundente elocuencia del silencio en tanto, como creo advertía Lacan, el silencio entre dos es también comunicación.

Juan Antonio García Borrero

Nota:

1) No sé hasta qué punto Fernando Pérez estuvo consciente de las posibles influencias, pero mientras veía Suite Habana no pude dejar de recordar ciertas declaraciones de Lionel Rogosin a propósito de On the Bowery: “Registrar la realidad no tiene sentido si no existe selección. Es a partir de una selección, de un punto de vista que se da el arte. El colocar una cámara en el Bowery, por un espacio de tiempo ilimitado, no nos hubiera ofrecido nada en especial, era necesario que eligiese ciertos aspectos, ciertas cualidades esenciales, que absorben ritmos para expresar, para extraer sentido (…) El artista debe ver algo que no ven los demás, o que los demás no quieren ver” Declaraciones de Lionel Rogosin a Janine y Michel Euvrat en “Image et son/ Revue du cinéma” Nro 375, Septiembre 1982.

Publicado el enero 25, 2010 en LAS MEJORES PELICULAS DEL CINE CUBANO. Añade a favoritos el enlace permanente. Deja un comentario.

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